Un día su madre le pidió que le llevara una entrega de pastelitos a un cliente, pero se le advirtió una cosa: estaba dentro del bosque maldito. Todos odiaban ese bosque ya que allí ocurrían cosas extrañas, habían animales y plantas horribles y nadie quería entrar allí, pero Caperucita Rara si quería. Ella con ánimo acepto el encargo y fue directo hacia el bosque.
Al acercarse al bosque Caperucita Rara se ponía aun más feliz, ya que a ella le encantaban ese tipo de cosas. Al entrar lo primero que noto fue el frío de ese lugar, suerte que tenía su capa de piel humana. Los altos árboles cerraban el paso de luz y el lugar se hacia mas oscuro mientras se iba adentrando en el. Plantas que se interponían en el camino fue lo único que molestaba a la señorita Rara, ya que todo lo demás le parecía maravilloso: raros animales mutantes caminando rápidamente entre la oscuridad, cuervos que acechaban desde lo alto de los árboles, animales mutilados a un costado del camino, en fin, ese era su paraíso.
En un momento inesperado una enorme bestia se interpuso. Tenía grandes pies con un pelaje blanco, el resto del cuerpo era negro como la noche, tenía grandes garras perfectas para matar a alguien en centésimas de segundos, sus ojos eran pequeños y blancos, completamente blancos, con una mirada penetradora que desmayaría a cualquiera. Tenía grandes, afilados y grises dientes por donde entre medio de ellos salía una sustancia verde y pegajosa, no había duda: era el gran Abaddon. Raramente aparecía sobre la Tierra, pero se sabía que adoraba ese bosque. El le pregunto, con una voz que parecía miles y ronca:
- ¿A dónde vas pequeña niña?
- A entregar un pedido de pastelillos, ¿le interesa?
- No, solo quería saberlo, pequeña aprendiz.
- Adiós gran maestro. - Y Caperucita Rara siguió su camino a través del utópico bosque.
Ya con Abaddon atrás y su vista en el camino pudo divisar lo que ella creía su objetivo: era una casa completamente blanca, a decir verdad contrastaba mucho con aquel bosque. Toco la puerta, pero nadie contestaba, siguió tocando y la puerta se entre abrió, la luz en el interior estaba apagada así que Rara decidió entrar a echar un vistazo. Cuando prendió la luz se llevo una gran sorpresa, no había muebles, era una única y pequeña habitación, solo había extraña caja de cuero negro en el centro. Detrás de ella llego Abaddon diciendo:
- ¿Te gusta mi casa, pequeña aprendiz?
- Ab…Abaddon, no sabía que tú vivías aquí. ¡Lo lamento tanto Abaddon!
- Ahora lo lamentaras aun más.
Caperucita Rara fue corriendo hacia una esquina de la habitación intentando escapar de Abaddon, pero fue inútil.
Abaddon fue hacia la caja de cuero que se encontraba en el interior de la habitación, saco unos clavos y se acerco hacia la niña. Esta de lo atemorizada que estaba comenzó a llorar y a gritar, Abaddon clavo en la pared a Rara como clavaron a Jesús en la cruz. Sangre comenzó a salir de sus heridas, la pared comenzó a tener otro color, un color a sangre, oscura sangre. Abaddon cambio completamente, esta vez sus ojos comenzaron a tornarse rojos, tenia sed. Comenzó con sus enormes garras a cortar el cuerpo de la niña, a cada rasguño la mujercita lloraba y se retorcía de dolor pero Abaddon no podía parar, este era su hobby. Con la sustancia verde comenzó a llenar a la niña, a medida que cada gota la tocaba su piel y su ropa se quemaba y quedaba su carne al descubierto, la mujercita tenia la mayor parte de su cuerpo a carne viva y Abaddon se impacientaba cada vez más necesitaba sentir esa deliciosa carne en su boca y saborearla. Así que comenzó: agarro a la pequeña aprendiz del cuello yo lo mordió, arranco pedasos de carne con el y comenzó a tragar y degustar. Siguió así con sus piernas, quebrando cada hueso y escuchando los gritos de su pequeña favorita aprendiz. Abaddon estaba tan sumergido en su naturalidad animal y demoníaca que arranco a la niña de la pared y la apoyó en el suelo, la niña grito y lagrimas quedaron suspendidas en el aire. De un mordisco Abaddon se trago el torso de la mujercita, dejando al descubierto sus pulmones, pero había algo que nadie se hubiera imaginado: no tenia corazón. Eso a Abaddon lo exitó aun mas, así que siguió devorando sus huesos, mordiendo, tragando y degustando, siguió con lo que sobraba de su pecho. La pared y el piso de la habitación estaban cubiertos de sangre. Solo quedaba algo por devorar: la cabeza de la niña. Raramente Abbadon no lo hizo, dejo la cabeza, junto con la capa de piel humana, en el piso. Abbadon se fue cerrando la puerta detrás, y se perdió en lo oscuro del bosque.
Metros mas adelante, se encontraba una hermosa y hogareña casa. La entrega nunca llego.
By. Sweet Madness